miércoles, 24 de agosto de 2011

Almudena.

Al entrar, todo lo que veías a tu alrededor eran tumbas. De grande era como dos,tres campos de fútbol, llenos de gente que terminó de vivir desde 1940 hasta el día de hoy. Tumbas con ángeles, cristos, fotos, panteones. . . Nada más entrar, se puede sentir el dolor de esas familias, las almas que aún vagan por el cementerio esperando a que alguien las visite. Después de un largo paseo andando entre tumbas, fuimos a visitarte, Rosa. La tuya no estaba muy limpia. Hacía mucho tiempo que no iba, pero recordaba las palomas de piedra grises que hay encima de la tuya, de la otra tumba que estaba rota, mostrando así parte de la caja que contiene a otra persona fallecida. No te conocí, pero me hubiera gustado hacerlo. Moriste joven, 68 años. Te quedaba vida por delante, pero el destino es así. De camino al crematorio, pude ver tumbas de personas que murieron al rededor de 1950/60, de niños, padres,abuelos. . . Cuando llegamos, me senté en un banco de piedra en frente de la capilla, en frente del crematorio. Humo salía de la chimenea, y un olor indescriptible invadía el pequeño patio. Otra persona más ardiendo. Después irías tú. Primero una pequeña misa, y después te convertirías en cenizas. Te conocí, pero no te recuerdo, no como me gustaría. Lo siento, allá dónde estés. Tu corazón dejó de funcionar, se paralizó, y de tu cuerpo ya solo queda ceniza. Pero, una persona no se ha muerto realmente mientras esté en la memoria de la gente. Aun estás con nosotros, te siento. Lo siento.

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